De la mente de un gato.

Los truenos retumbaban en el cielo iluminado por los relámpagos, mientras las gotas chocaban en los techos, cuando nací. Fue un día que no recuerdo, pero que claramente veo cuando cierro mis ojos, y es que día como ese no hay, todo era calmo, a pesar de la lluvia. Recuerdo, ese líquido blancuzco entrar en mi boca, recorrer mi garganta hasta llegar al estómago para repartirse por todo el cuerpo y hacer de mí algo fuerte y lleno de vida. Recuerdo mi lengua envolviendo la teta de mi madre mientras mis labios apretaban el pezón para extraer ese sustento vital, del que si prescindiéramos, jamás llegaríamos a ver la belleza del cielo de media noche y descubrir los misterios de la oscuridad.

La infancia fue corta, la juventud casi que invisible y la adultez infinita. Techos tras techos, callejones tras callejones, casas tras casas recorría todo el tiempo, unas veces tras una hembra, otras, huyendo de ella o de algún macho muy territorial.

Nadie me enseño nada, todo lo aprendí por mi cuenta, cazar, trepar paredes y árboles, huir de nuestros archienemigos perrunos, follar y huir como si nada hubiese pasado, olvidar a los hijos (¿Quién sería mi padre?, ¿que habrá sido de mi madre?). Qué vida la nuestra, triste para algunos, extrema para otros e incluso mística para aquellos que ven más allá de la simple realidad perceptible, y es que en nosotros todo se concentra, todo se hace verdaderamente real, pero a pesar de ellos somos tan comunes como nuestro platillo favorito, que nos han obligado a cambiar para jactar la superioridad de unos seres que aún no logro comprender.

Hijos he dejado por doquier, enemigos he herido con mis garras y a humanos he sumido en el olvido. Nunca me ha gustado estar en un mismo lugar, como algunos hermanos que pasan echados sobres cosas de humanos, pensando que eso es vida, que la inactividad es propia de nosotros, pero que equivocados están, aunque no los critico, más bien me apeno por ellos, por aprender esas costumbres de los que llaman amos.

Amos…miau miau miau…que palabra esa ¿amos de qué?, no son capaces de controlar sus impulsos ni nada que los rodea y aun así se hacen llamar amos, solo porque pueden golpearnos y matarnos si se les da la gana. En ocasiones me pregunto cómo seria las cosas si nosotros fuésemos los jefes, los que dominamos –tráeme la leche, atrapa a ese ratón, aleja a ese perro –miau miau miau, sería divertido (ahí va uno bastante regordete, como alma que lleva mefisto).

Ahí están de nuevo los recuerdos aflorando en mi mente, ahora veo a mi madre echada de lado sobre el piso para que pueda alimentarme, siento el calor de su vientre acariciar mis fauces y su lengua limpiar mi pequeño cuerpo todo lleno de pelos blancos con manchas negras en el costado derecho de mi barriga y en el ojo izquierdo, que hermoso (un maullido para remembrar al pasado). Es lo único que les envidio a algunos humanos, siempre están pendientes de sus crías.

Ya no los fastidio más con mi vida (ahí va otro, está flaco) que con la suya creo que es suficiente, pero recuerden, también estamos vivos y sentimos todo lo que está a nuestro alrededor en mayor proporción que ustedes.

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